sábado, 20 de septiembre de 2008

VOCES.-


VOCES.-


Las voces que de costumbre se podían oír desde mi balcón, hoy se han callado.
Corre con el viento, dentro de el, un silencio pesado, abrumador, estridente.
Un silencio que me envuelve, que ahoga la ciudad en un mutismo uniforme.
Cada cual esta en su lugar: algunos en su trabajo, otros en su hogar, y los menos (como yo) parados en cualquier parte… en un lugar que parece no pertenecerme.
Cada paso por esta cuadra, retumba; retumba como si mis pies fuesen de plomo y se apoyaran con total brutalidad sobre un baúl vacío.
Detengo mi marcha.
Miro el reloj: marca las cinco y veinte.
Levanto la cabeza buscando algo, alguien… y descubro que solo estoy yo parado en esta vereda.
De pronto… una persiana veloz, feroz, se baja.
El viejo almacén ha cerrado.
¿Será que ya nadie lo precisara?
Mirando hacia atrás, lento, retomo la marcha.
Un fresco olor a eucaliptos me avisa que he llegado hasta el Prado.
Pero… esta vacío!
¿Dónde están las parejas, donde se armo el picadito?
Parece como si rejas invisibles lo hubiesen cercado y los amantes quedaron por fuera.
Ahora si no se que hacer.
Esperaba encontrar viejas imágenes recostadas en el pasto, imágenes que me ayudarían a saber: ¿Qué nos paso?
A las pocas cuadras, descubro, que el liceo, el nocturno, también enmudeció.
Arrimado a la ventana de mi viejo salón, veo que la oscuridad hace rato es lo único que abunda ahí adentro.
En el viejo pupitre de metal, que si bien siempre me pareció frío hoy parece mas, un gato relame sus patas y mira sus pesuñas.
En mi banco, como rastro de una vieja civilización hoy extinta, descansa la viruta de un viejo lápiz.
Mis manos quedan marcadas en la suciedad del cristal.
Por un instante creo entender lo que sucede: es que estoy en un sueño donde solo yo tengo lugar, como si el resto de la gente se hubiese escapado de mi memoria y por eso no los puedo ver.
Conozco varias casa de esta cuadra y a quienes les dan vida… pero hoy están vacías… muertas.
Un banco de la plaza, por un instante parece moverse, como buscando a alguien.
Me detengo nuevamente, y cuando miro para atrás, ya no puedo encontrar mis huellas.
Inesperadamente, el silencio se detiene y deja pasar un leve y lejano murmullo.
¡Son voces! Voces de gentes queridas, de gente que siempre he escuchado.
¿De donde vienen?
Comienzo a correr a su encuentro.
A cada paso el murmullo se va transformando cada vez más en voz.
Varias cuadras mas adelante, dejan de ser voces para ser gritos, muchos gritos que parecen ser uno solo.
Por fin llego hasta la plaza y los encuentro: todos están aquí, mi familia, mis amigos y enemigos, mis amores y detractores.
Todos gritan, todos saltan.
Algunos ríen, algunos lloran.
De entre medio de aquel abrazo surge una luz muy tenue, muy agradable.
Paso entre la muchedumbre sin tocarlos, sin distraerlos.
Sobre una blanca mesa de mármol y entre grandes ramos de flores, veo que descansa un ataúd… y dentro: descanso yo.
Desconcertado y apoyado sobre la mesa: los miro.
Todos están aquí.
Algunos han venido a pedirme (como siempre) explicaciones; otros han venido a darme su apoyo.
Yo no se a que he venido.-

5 comentarios:

Andrea dijo...

Eternas discusiones entre el "ser" y el "deber ser".
Salud
Sea

El SEBA.- dijo...

Estas lestras las tenia guardadas en cuaderno hace años y nuevamente fue la Caro que los saco a la luz.
gracias otra vez negrita por cuidarlos con tanto cariño!!
SALÚ.-

Anónimo dijo...

Es DIVINO ver tu cara de felicidad cuando haces cosas que te reconfortan...
Espero acompañarte siempre...
Tenes cosas maravillosas para sacar a la luz.
Besos

ella tambien dijo...

un gusto encontrar relatos montevideanos.

un saludo a quien lo escribe y a quien lo encuentra.

Anónimo dijo...

Qué placer leer este tipo de textos!. te pasaste. más que bueno.